¿Son los artistas capaces de ejercer abusos de poder? ¿Es nuestra sociedad demasiado rápida para castigar a las personas públicas? Las respuestas se toman su tiempo en llegar, a medida que nos introducimos en el mundo casi perfecto de la gran protagonista de esta historia: Lydia Tár (Cate Blanchett), una directora de orquesta de renombre mundial; con dinero, nombramientos orquestales prestigiosos, aduladores y los más grandes medios de comunicación detrás de ella todo el tiempo. En pleno apogeo de su carrera, un escándalo sexual la obliga a replantear su vida, prioridades y en última instancia, a perder y valorar aquel estatus que tanto esfuerzo le costó alcanzar.
Parecería que Tár no resuena con fuerza para los premios Oscar de la Academia 2023, salvo por la magistral actuación de la australiana Cate Blanchett, quien ya alzó los galardones a Mejor Actriz en los BAFTAs, Golden Globes y Critics Choice Awards, siendo únicamente superada en los SAGs por su más cercana rival Michelle Yeoh, con quien compite por el Oscar a Mejor Actriz, sumándose también otras 5 nominaciones para este filme que, es el más importante de su larga carrera: Mejor Película, Mejor Director (Todd Field), Mejor Guion Original, Mejor Cinematografía y Mejor Edición.
Tras un inicio con los créditos de atrás para adelante, la primera escena de Tár es larga y hasta un tanto tediosa, pues sitúa a la protagonista en una entrevista para el New Yorker, donde conocemos sobre su extensa biografía y nos adentramos completamente en sus visiones del mundo y reacciones ante los aplausos y el elogio. Acto seguido, la vemos disfrutando de su preciada colección de vinilos, alineándolos ordenadamente uno al lado del otro mientras oye música clásica y comparte tiempo con su esposa Sharon (Nina Hoss), una violonchelista de la Orquesta Filarmónica de Berlín en la que Lydia Tár funge como directora. Pese a la opulencia que la rodea, Tár es una mujer austera y solitaria, cuya real personalidad no es del todo conocida por sus colaboradores, salvo probablemente su devota asistente Francesca (Noémie Merlant), quien la asesora en prácticamente todo: desde temas administrativos hasta con trivialidades como la vestimenta, pues la imagen física de la directora, siempre seria y profesional, emula a la de los hombres; habla públicamente de feminidad, pero no usa otra ropa que no sean trajes masculinos formales en un entorno del que, históricamente se ha desplazado a las mujeres.
Las mujeres sonrientes difícilmente pueden competir con la severidad y exigencia de Lydia Tár. Con ella, el ego es visible y hace gala del mismo hasta en sucesos simples de su vida personal, como cuando se entera de que su hija adoptiva Petra (Mila Bogojevic) está siendo víctima de bullying en la escuela. Tár se presenta ante la joven agresora como «el padre de Petra», una afirmación que nos alerta anticipadamente del poder que ama ejercer esta mujer. Tár no se identifica a sí misma como hombre, pero en cada interacción con los demás personajes, disfruta de la libertad de ejercer autoridad de una forma muy masculina.
Por su parte, los hombres en Tár son mostrados como incoherentes, frágiles emocionalmente, sensibles y hasta de llanto fácil, características que muy raramente podemos ver en los personajes masculinos de cualquier filme, y esto ocurre precisamente porque la masculinidad clásica parecería ser aquello que ha causado tradicionalmente los más grandes problemas de la sociedad; Lydia Tár no lo reconoce de esta manera, pues para ella, la gran degradación del mundo son las actitudes generacionales hacia el arte, la cultura de la cancelación y la imposibilidad de los jóvenes de separar las vidas personales de los artistas con sus obras.
La vida personal y el arte es el problema que más resuena enérgicamente ya superada la primera hora de la película, cuando Tár es invitada a impartir una clase en la Juilliard Academy y discute con un joven estudiante, quien se niega a interpretar una melodía de Bach debido al estilo de vida «misógino» del aclamado compositor alemán. Tár reprende al estudiante, acusándolo delante de toda la clase de juzgar moralmente a Bach producto de toda la «basura» que se consume en las redes sociales e intenta exaltar el trabajo del compositor como un legado más importante que los 20 hijos que tuvo con distintas mujeres. Es una escena crucial en la película que nos muestra la capacidad de Lydia Tár de ser cruel y a su vez, carismática frente a quienes no la conocen del todo. El resultado inmediato es que el estudiante llama «zorra» a la directora y se marcha furioso. Tár tan solo se propuso probar que tenía la razón, y lo logró, aunque esta interacción tiene repercusiones severas en el futuro.
El conflicto interno del personaje principal es su explícita opinión de que los artistas no se deben reducir a sus indiscreciones personales, algo que poco a poco se va asociando con su propia vida, como una forma útil de cubrirse la espalda hasta que ya no puede hacerlo más. Mientras se dispone a grabar un disco en vivo y publicar un libro autobiográfico, emerge un escándalo público a raíz del suicidio de una ex protegida suya, Krista, una joven de quien la prensa especula que Lydia habría abusado sexualmente en el pasado, aunque esto el filme lo deja en duda pues también podemos ver escenas de una Krista desesperada por contactarse con la directora a través de correos electrónicos. También sabemos que la carrera de Krista se vio misteriosamente destruida y nunca pudo conseguir trabajo a raíz de su separación de Tár, aunque la naturaleza real de la relación entre ambas mujeres siempre se mantiene como un misterio.
La mirada intensa a los problemas de una superestrella junto a sus relaciones son el núcleo y columna vertebral de la película. Tár es tierna y leal con Sharon, aunque ejerce en su totalidad un poder casi masculino con ella, así como con su asistente Francesca, quien únicamente espera que trabajar con Tár la conduzca a una recomendación para un cargo en el que ella pueda comenzar su propia carrera. La dirección de Todd Field jamás reduce a Tár a explícitas perversiones sexuales y se opta por escenas difíciles de identificar; tan solo vemos a Cate Blanchett convertida en una mujer poderosa que, se aprovecha de la adulación que recibe, hace promesas y favores particularmente para mujeres jóvenes en ascenso, pero no sabemos qué exige a cambio. Lo más cercano a su verdadera personalidad surge cuando una joven y atractiva violonchelista rusa llamada Olga (Sophie Kauer) llega aspirando a un puesto en la orquesta y llama la atención de la directora, especialmente cuando ve de cerca la amenaza de que sus ideas innovadoras y modernas la reemplacen en algún momento.
Cate Blanchett lo da todo en pantalla como una mujer cautivadora y con una increíble pasión por su profesión, pero también calculadora y que antepone sus propios intereses a todo, que manipula y mucho; que abusa de su posición de poder y trata a sus trabajadores cercanos como objetos transitorios y desechables.
La naturaleza intrínsecamente dual del ser humano es lo que Tár expone ampliamente con su personaje principal. El director Todd Field muestra con elegancia el ascenso y caída de los ídolos en épocas en que una trasgresión a lo reconocido como «políticamente correcto» puede costar una carrera y hasta la vida misma. Muy improbable será que el filme se lleve el Oscar, pero su protagonista asegura que esta película vivirá por mucho tiempo en la mente de los espectadores. Para Cate Blanchett ha sido el rol de su vida y para nosotros, un deleite verla.
¿Se puede separar al artista de su obra?
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