Un drama japonés inquietante que, -emplea el simple acto de conducir un vehículo como una metáfora sobre el transitar del ser humano a través del manejo de la culpa, el duelo frente a la pérdida de un ser a quien se amó y la posterior aceptación-, podría hacer historia como la segunda película de habla no inglesa en ganar el más alto galardón de las artes cinematográficas, siendo ya la producción extranjera más premiada de 2021 y 2022.
Dirigida por Ryusuke Hamaguchi, Drive My Car es una adaptación de la historia corta del mismo nombre escrita por Haruki Mrakami. Estrenada en el Festival de Cannes 2021 donde ganó en la categoría de Mejor Guion y distribuida a todo el mundo por HBO Max, su éxito traspasó fronteras y llegó a Hollywood, triunfando como Mejor Película Extranjera en los Globos de Oro, BAFTAs y Critics Choice Awards, siendo posteriormente nominada para las categorías de Mejor Película, Mejor Director, Mejor Guion Adaptado y Mejor Película Internacional en los Oscars.
Yusuke (Hidetoshi Nishijima) es un director teatral y actor de 47 años que se ha mudado de Tokyo a Hiroshima tras ser contratado por una productora para llevar a cabo la puesta en escena multilingüe de la obra de Anton Chekhov “Tío Vanya”; dos años atrás, perdió repentinamente a su esposa Oto (Reika Kirishima), quien trabajaba como su guionista principal. Yusuke aparece por primera vez en escena, conduciendo y no un auto cualquiera, sino un personaje en sí mismo: un clásico Saab de 1987 color rojo que tras un accidente ocular debe dejar de manejar por recomendación médica; debido a esto, se le asigna una conductora de nombre Misaki (Toko Miura), una joven de 23 años que se dedica con esmero a su trabajo, pero trata de mantenerse callada el mayor tiempo posible.
Durante los primeros 45 minutos del filme, se detalla completamente la relación de Yusuke y Oto, una mujer a la que le gusta inspirarse e inventar historias durante las relaciones sexuales. Yusuke ama a Oto, sin medida, y está dispuesto a hacer lo que sea por ella inclusive pasando por alto sus infidelidades.
Una mañana, Oto le dice a Yusuke que necesita tener una conversación seria con él por la noche; nuestro protagonista intuye lo que podría suceder y voluntariamente llega tarde, hallándola muerta en el piso tras haber sufrido un aneurisma cerebral. Relatar este suceso crucial abarca bastante tiempo a manera de preludio, y es recién a esta instancia que aparecen los créditos iniciales de la película que darán paso a la historia que nos interesa, dos años después de la pérdida de Oto y con una inevitable falta de resolución en la vida de Yusuke.
Resulta interesante y compleja de entender la decisión del director Hamaguchi por estructurar una trama alejada de los tan populares flashbacks, y narrarla ordenada cronológicamente. Esto, claramente se encuentra en una estrecha relación con la temática vehicular en que la narrativa inserta al espectador en su totalidad a través de una película que busca inspirarnos a seguir hacia adelante y nunca más mirar atrás, algo que Yusuke parcialmente puede cumplir, pues el recuerdo de Oto está presente mediante casetes que grababa para él con los diálogos de sus obras, los cuales solía oír cuando conducía, un hábito que aún conserva solo que Misaki es ahora la persona que se encuentra al volante.
La película también nos inserta en todo lo que contempla la realización de una obra de teatro bajo la dirección de un creativo de estrictos métodos disciplinarios como Yusuke. Los actores electos para representar a los personajes de Tío Vanya pronuncian sus diálogos en japonés, inglés, coreano, mandarín, tagalog e inclusive se suma al reparto una actriz que emplea lenguaje de señas.
El concepto de la historia es tan inteligente como profundo, pues más allá de las verdades emocionales, Drive My Car no se limita a ser una película más sobre el matrimonio sino sobre las verdades emocionales, el lenguaje y la comunicación; cada silencio transmite los momentos más impactantes en todo el argumento y el arte interpretativo termina convirtiéndose también en un “vehículo” de escape que permite al protagonista mantenerse activo mientras trata de hallar un nuevo enfoque a la vida y acabar con sus pensamientos depresivos.
Solo con el paso del tiempo es que, vamos constatando en pantalla, cómo cada uno de los personajes comienzan a mostrarse vulnerables: desde Yusuke y Misaki hasta los colegas de este atípico director teatral y su elenco de actores. La exploración emotiva en cada uno de ellos es una clase magistral sobre cómo expresar nuestros sentimientos, sin ser tan literales en cada acto de nuestras vidas; la información compleja emerge de forma natural mediante rutinas que podrían pasar inadvertidas y pequeñas acciones que Hidetoshi Nishijima registra en cámara con dedicación, pero procurando que seamos nosotros como espectadores quienes descubramos cada secreto: emociones reprimidas, tragedias no reveladas y subtramas que hasta podrían lucir confusas.
Yusuke y Misaki serán quienes aprenderán mejor a comunicarse entre sí, una vez que deciden revelar aquello que han guardado por tanto tiempo y que hace de sus vidas una tortura pura. Ella trata principalmente de conducir, de un lado a otro entre paisajes urbanos y rurales mientras aprende cada vez más sobre este hombre misterioso que tan solo está tratando de soltar la pesada carga que ha llevado a cuestas desde la pérdida del gran amor de su vida.
Drive My Car me resulta una película difícil de recomendar y no por su habilidad para capturar la belleza simple del mundo que nos rodea en una historia que puedo calificar tan solo con una sola palabra: elegante, sino por su ritmo; muchos no encontrarán en sus 3 horas de duración tantos giros de acción o considerarán que varias escenas son innecesarias. Sin embargo, esta es la fortaleza del cine japonés y su larga reputación con personajes introvertidos que el espectador debe comprender desde sus complejas emociones.
Hamaguchi ha narrado una historia sobre los nuevos comienzos; sobre cuán larga es la vida y cómo debemos continuar el camino sin importar las adversidades que se presenten. “Tenemos que seguir viviendo” es una de las líneas que resuenan con fuerza en la obra Tío Vanya, así como las altas expectativas ante el futuro del cine en idiomas que no sean inglés, tras la puerta que abrieron las oscarizadas Parasite (2020, Bong Joon-ho) y Minari (2021, Lee Isaac Chung) en los últimos años.
Drive My Car supera a cualquier propuesta comercial, optando porque confiemos en el cine de autor, dejándonos claro que en tiempos difíciles, el arte es lo que nos mantiene vivos.
¿Cambiará Drive My Car la historia del cine internacional?
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