Existen dos aspectos que todo espectador debe tener claro antes de ver una película protagonizada por Tom Hanks: 1. Todo viaje que realice, será trágico; 2. Los objetos inanimados cobrarán vida, interactuarán con él y se volverán emocionales. Una “dosis” actualizada de todo lo ya mencionado es lo que ofrece la nueva propuesta del cineasta británico Miguel Sapochnik en Apple TV+ con Finch, una película de aventura, situada en un ambiente post apocalíptico en que la humanidad está extinta, pero un creativo sobreviviente ha logrado refugiarse en un sitio seguro con algunas compañías “inusuales.”
Si bien, la propuesta del director Sapochnik -un nombre conocido para los fanáticos de Juego de Tronos y ganador del Emmy por el capítulo La batalla de los bastardos (2016)-, no parecería aportar con nada nuevo frente a lo que ya hemos visto en El día después de mañana (2004), Soy Leyenda (2007) o Wall-E (2008), lo cierto es que Finch es una futurista fábula tragicómica, esperanzadora en un mundo devastado.
Un lustro ha transcurrido desde el “fin del mundo”; en esta ocasión, producto de una agresiva erupción solar que ha acabado definitivamente con la capa de ozono y, por consiguiente, con casi toda forma de vida. La trama se concentra en Finch Weinberg (Hanks), un ingeniero en robótica e investigador de inteligencia artificial quien, gracias a sus conocimientos, ha logrado mantenerse ocupado con la ayuda de la tecnología y el acompañamiento de Goodyear (Seamus), un perro de raza terrier irlandés, así como de Dewey, un pequeño robot-carreta que ha diseñado como ayudante específico para cada ocasión en que deba salir a abastecerse de alimentos en las tiendas y supermercados en ruinas.
Finch parecería haberse adaptado a la soledad, al igual que varios de los roles que Tom Hanks ha interpretado en el pasado, particularmente en la famosa Náufrago (2000) que dirigió Robert Zemeckis, a quien vuelve a encontrarse en esta película, pero en calidad de productor. Con Finch, Hanks agrega un crédito más a aquella larga lista de hombres buenos que han tenido que enfrentarse a una desgracia en la que aún se puede contemplar una brillante luminosidad al final del camino.
El inventor ha logrado sobrevivir, refugiado en un búnker de la empresa para la que trabajó toda su vida, un sitio que sorpresivamente aún cuenta con energía eléctrica, agua potable y acceso a una gran cantidad de artilugios tecnológicos que lo han mantenido seguro de la radiación que impide a los seres vivos desplazarse libremente durante el día, sin ser afectados por mortales quemaduras. Es más, cada vez que Finch debe salir, tiene que hacerlo vestido con un traje especial y casi siempre, procurando movilizarse por las sombras.
Aparentemente no existe conflicto mayor hasta este punto, con un protagonista optimista (nos lo recuerda cantando, a todo pulmón, American Pie de Don McLean) y acoplado a su nueva realidad, pero que se ve forzado a cambiar radicalmente su tranquila vida cuando se entera de que una súper tormenta se avecina y esta sería tan devastadora al punto de terminar con el lugar en que ha estado viviendo; al mismo tiempo, vemos que la exposición a tantos años de radiación lo ha enfermado gravemente con síntomas que son el indicio de que sus días están contados. El mismo escenario no se avecina para Goodyear, por lo que Finch deberá idear un plan para mantenerlo vivo y a salvo para cuando ya no esté físicamente presente.
Es allí cuando cobra vida Jeff (interpretado por Caleb Landry Jones, gracias al CGI), un robot humanoide que Finch ha construido con un propósito específico: convertirlo en el guía y acompañante de Goodyear. Como buen experimento de inteligencia artificial, Finch ha logrado almacenar en la memoria de Jeff toda la biblioteca de la fábrica en que se encuentran, especialmente textos de cuidado canino. Sin embargo, dado que tienen que abandonar el lugar lo más rápido posible, tan solo 72% de los datos logran cargarse, lo que otorga al robot una personalidad infantil pero que hilarantemente cuenta con gran información y capacidad de aprendizaje.
Como todo ingeniero estudioso, Finch ha programado al robot apegado a las “Tres leyes de la robótica” de Isaac Asimov, pero agregando una adicional como máxima prioridad: cuidar siempre del perro. Con esa regla establecida, Finch, Jeff y Goodyear se embarcan en una casa rodante Fleetwood RV Southwind de 1984 que se mueve por energía solar, con destino a San Francisco, donde el protagonista anhela ver por primera vez el puente Golden Gate, del que atesora una postal de su padre como recuerdo. Finch no sabe si lo que queda de esa ciudad es un sitio seguro, pero se dirigirá hasta allá y durante el día, para evitar desencuentros con otros sobrevivientes que puedan saquearlos o asesinarlos en su lucha por sobrevivir.
La película no plantea escenarios con mutantes, extraterrestres, zombies o vampiros acechando a los pocos sobrevivientes de la Tierra; más bien, es una introspección de los horrores y bondades a las que el mismo ser humano puede llegar a recurrir en momentos de extrema urgencia. El resto de la trama resulta ser, entonces, más al puro estilo de Little Miss Sunshine o Into The Wild: historias sentimentales, lecciones de vida y revelaciones emocionales que Finch deberá compartir con Jeff para alertarlo de los peligros que podría encontrar en el camino. No está de más mencionar que, los momentos más cómicos y dramáticos de la película surgen cuando el inventor se frustra con su creación y reniega de su capacidad para programarlo de la manera adecuada. Sin embargo, esta no es una máquina común, pues poco a poco deja la ingenuidad, para evolucionar y volverse más humano, sabio y sorprendentemente expresivo.
Goodyear, por su parte, es un perro como cualquier otro: ágil, juguetón e inmensamente leal a su amo. Sin embargo, su valor emocional radica en haber sido la única criatura de carne y hueso que Finch ha tenido a su lado y por la que siente que ha valido la pena hacer un último esfuerzo técnico e intelectual.
Pese a haber sido conceptuada, escrita y filmada antes de la pandemia por Covid-19, Finch ha logrado retratar correctamente al aislamiento, con Tom Hanks como el único actor “humano” al que veremos en pantalla, rodeado de una cinematografía que nos muestra belleza en sitios destruidos o desolados. La desesperación, la necesidad de compañía y las esperanzas por días mejores son el encanto de un filme que más que para llorar, se ha hecho para la reflexión. Es una película para agradecer a la vida, incluso en los tiempos más aciagos.
¿Dejarías a un robot al cuidado de tus seres queridos, en una situación catastrófica?
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