Licorice Pizza: la ingenuidad del amor juvenil, cuando no existían celulares

Mario Xavier

19 de marzo de 2022

2022 ha iniciado bien para el cine: por un lado, con retornos inesperados de cineastas a los que no veíamos hace bastante tiempo; por el otro, mediante historias sobre personas que transitan por la vida cometiendo errores y aprendiendo de ellos dispuestos a avanzar, y finalmente a través de narrativas autorales en su máximo esplendor; es en este último punto donde se sitúa el más reciente éxito de Paul Thomas Anderson, Licorice Pizza, su noveno largometraje y el más inofensivo, personal e inocente de todos sus trabajos.

Tras su triunfo como Mejor Comedia en los Critics Choice Awards y Mejor Guion Original en los BAFTAs, el filme alcanzó tres nominaciones a los premios Oscar en las categorías de Mejor Película, Mejor Director y Mejor Guion Original en una competencia contra producciones que lucen mucho más maduras y complejas, características que precisamente se convirtieron en el sello consistente de Paul Thomas Anderson como director.

De género comedia romántica adolescente, Licorice Pizza nos relata la relación entre dos jóvenes con una década de diferencia en sus edades; ambos personajes y la ambientación son inspiración directa de la propia adolescencia del cineasta, quien ha recreado con especial detalle y precisión al Valle de San Fernando en el estado de California en 1973. 

En la primera escena de la película, Gary Valentine (Cooper Hoffman), un adolescente de 15 años está en una fila para tomarse la foto del carnet en su colegio. A primera vista se enamora de Alana Kane (Alana Haim), asistente del fotógrafo que se entretiene con los coqueteos ingenuos de Gary, quien le asegura que ella es la mujer de su vida. Aunque el encuentro luce romántico y tierno, las esperanzas de que algo pueda ocurrir se diluyen cuando Alana revela que tiene 25 años e intereses radicalmente diferentes a los de su pretendiente.

Desde la presentación de los protagonistas, Paul Thomas Anderson nos devuelve su estilo clásico cinematográfico mediante las posturas antípodas de ambos aunque con una ligera diferencia: ya no está narrando historias sobre gente misteriosa o psicológicamente perturbada, pero sí intenta incomodarnos al mostrar individuos que se contradicen entre sus edades y pensamientos: Alana es una mujer insegura y sin metas profesionales claras, mientras Gary aunque “demasiado joven para ella”, es aquel con ganas de comerse al mundo; siempre ambicioso y dispuesto a arriesgarlo todo por su progreso material y vida sentimental. 

El director sutilmente comunica mediante la comedia problemáticas como el sexismo y racismo; esto a través de las abismales diferencias condicionadas por el poder: Alana tiene más edad, pero Gary acceso a más oportunidades al ser un joven caucásico y de acomodada posición económica; ante la falta de obligaciones y un conveniente ofrecimiento financiero, Alana tendrá que relegarse a ser solo una acompañante cuando Gary le pide llevarlo a una obra de teatro en que participará con un elenco de amigos adolescentes junto a la mismísima Lucille Ball (Christine Ebersole) En todo este proceso, él tratará de demostrar su afecto y es allí donde se enfrentará a incómodos rechazos pues Alana netamente lo ve como un amigo.

Alana sabe que emocionalmente no está bien, pero quiere progresar económicamente y de manera obsesiva trata de encontrar su profesión. Empieza a salir con Lance (Skyler Gisondo), coprotagonista de Gary y también ve en él posibilidades de ascenso social, pero el romance no dura mucho pues termina gracias a un desencuentro religioso. Tras esto, Gary está consciente de que la manera en que puede impresionarla es mostrando su masculinidad a través del liderazgo laboral, por lo que al descubrir la popularidad de las nacientes camas de agua, decide iniciar un negocio de estas, empleando a Alana como una de sus vendedoras. 

A lo largo de la película, seguimos constatando cómo Gary supera a Alana en todo, quien aún tiene mucho que hacer y un mundo por descubrir que él está dispuesto a mostrarle. Anderson retrata todo esto a través de anécdotas jocosas para los personajes, inspirado en sus experiencias de juventud: lugares nostálgicos y referencias sentimentales en que abundan los carteles coloridos, discos long play que se reproducen con la mejor música de la época a más de un sinfín de conexiones con las películas y series de ese tiempo, en que los celulares y las redes sociales habrán sido netamente una fantasía. El director se destaca mostrando a los personajes en total interacción con los escenarios que los rodean, empleando extensos planos secuencia en acciones cotidianas. 

Las celebridades son retratadas de una forma que puede entenderse como una crítica de Paul Thomas Anderson hacia las banalidades del mundo del espectáculo, al que en largas partes de la película tanto Alana como Gary aspiran pertenecer como actores. Vemos en pantalla a una Lucille Ball neurótica y al veterano intérprete Jack Holden (Sean Penn) obsesionado con las motos y las ganas de recrear permanentemente sus más peligrosas escenas de acción, creyéndose él mismo ser los personajes que interpreta y repitiendo sus diálogos por todos lados. 

Entre otra de esas personalidades estrambóticas, Anderson narra la experiencia de los protagonistas con el productor de cine Jon Peters (Bradley Cooper), un hombre al que solo le obsesiona el poder social que ha ganado siendo el novio de Barbra Streisand y mantener un lujoso estilo de vida, dejando claro que muchos de los que conforman ese entorno no están allí precisamente por amor al arte.  

La historia, aunque sin antagonistas claros más allá de las dificultades de la vida misma, logra hacer todo lo humanamente posible para mostrar personajes reales inclusive cuando la razón se ve entorpecida por las excentricidades. Como toda comedia coming-of-age, la mayoría de edad es un hilo conductor con el que se juega en todo momento; Licorice Pizza la aborda de manera simbólica, pues aunque Alana en el transcurso de la trama alcanza a bordear los 30 años, es quien realmente se transforma luego de probar múltiples identidades e iniciar otros romances. El guion, sin embargo, es optimista cuando todas las acciones que realiza la llevan a Gary de nuevo. 

Resulta predecible que Alana y Gary, entre tantos vaivenes, logran terminar juntos y sellar su romance. La melancolía de Paul Thomas Anderson al mostrar la confusión juvenil también puede interpretarse desde el personaje de Gary como un concepto sobre el esfuerzo y las complejidades que conlleva conquistar al amor de nuestras vidas; es también el punto más crítico, pues parecería que Alana tan solo cede a la persecución de este adolescente insistente que alcanza su verdadera adultez cuando, al fin, consigue estar con ella. 

Cine libre, memoria local y una época que durante dos horas no se siente tan lejana. Licorice Pizza es la película más optimista de Paul Thomas Anderson, también la más diferente de toda su filmografía. Nostalgia y romanticismo, con cuotas de su estilo.      

¿Licorice Pizza redefine a las comedias adolescentes del momento?

 

Mario Xavier

Editor y redactor en Colapso Views. Comunicador social con experiencia en medios impresos, agencias de publicidad digital, asesoría política y docencia universitaria.
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