Lunana, un yak en el salón: inesperada sorpresa internacional de los Oscar 2022

Mario Xavier

27 de marzo de 2022

Una incorporación más que sorpresiva captó los ojos del mundo entero cuando se anunciaron las nominaciones a los Oscar 2022. La ópera prima Lunana: un yak en el salón, debut cinematográfico del joven director Pawo Choyning Dorji es oficialmente el primer filme de Bután en idioma Dzongkha que obtiene una nominación a Mejor Película Extranjera, la más alta distinción artística internacional que ha conseguido esta pequeña nación de Asia del Sur en su historia.  

Tras ser descalificada de varios festivales independientes, así como de la edición 93° de los premios de la Academia en 2021, la película fue postulada nuevamente y pudo sobresalir en 2022 entre casi un centenar de producciones de todas partes del mundo, convirtiéndose en una de las 5 finalistas en competencia por la anhelada estatuilla dorada; un hito “más allá de toda salvaje probabilidad” según el mismo director del filme, quien parece estar consciente de que la nominación representa en sí, un galardón para su país.

La película narra la historia de Ugyen Dorji (Sherab Dorji), un profesor de escuela primaria que trabaja mediante contrato gubernamental. Ugyen es un joven inconforme y desilusionado que vive en Thimphu, capital del país, pero su sueño más grande es emigrar a Australia para perseguir una carrera como cantante, pese a las negativas de su abuela (Thseri Zom) y sus amigos, quienes insisten con que ser docente en el sistema público es un trabajo estable que vale la pena, antes que aventurar en el extranjero por un incierto porvenir. 

Mientras tramita su visa australiana en secreto, Ugyen acude a renunciar a su trabajo, pero su empleadora del gobierno le informa que por motivos contractuales y legales aún debe completar un año de enseñanza obligatoria, asignándole una plaza en la aldea de Lunana, ubicada en el punto más alto de los glaciares del Himalaya a casi 5000 metros sobre el nivel del mar, en una escuela descrita como “la más remota del mundo.”

Para Ugyen ya es insatisfactorio vivir en Bután y aún más decepcionante su profesión. Pese a que trata de evitar su traslado, aludiendo “problemas de altura”, ahora se siente exiliado a un sitio en el que se le advierte que debe renunciar a toda clase de comodidad material, pues a esta aldea de tan solo 56 habitantes se llega tras una caminata de 8 días desde el pueblo más cercano, además no cuentan con energía eléctrica ni ningún sistema de telecomunicaciones, lo que significa nulo contacto con toda forma de civilización.

A su arribo, los habitantes están extasiados y lo reciben como una celebridad a la que tratan con respeto y admiración. Liderados por Asha (Kunzang Wangdi), el presidente de la aldea, la película muestra en él a un hombre agradecido porque aún exista la oportunidad de que los niños se eduquen; además de mencionar que los maestros son personas dignas de honor, pues “tocan el futuro” y contribuyen al desarrollo de Bután, un país que internacionalmente es conocido como uno de los más felices del mundo. Los padres anhelan que sus hijos sean más que pastores; los aman tanto como para aceptar que algún día puedan irse, quizás para no regresar.

Sin embargo, ni los agradecimientos anticipados o las expectativas en sus pequeños estudiantes son motivos que hayan tenido efecto en Ugyen, quien al constatar que la escuela se encuentra en pésimas condiciones y los estudiantes no cuentan con libros, papeles para escribir y ni siquiera una pizarra, informa que desea retornar a casa tan pronto como pueda. 

Para su sorpresa, Pem Zam, una niña de aproximadamente 7 años, quien se presenta como la capitana de la clase, resulta ser el personaje fundamental que acaba con el pesimismo de Ugyen, haciéndole comprender el aprecio de los niños por la educación en un sitio tan apartado. Reacio y resignado, el profesor improvisa escribiendo en las paredes y se da cuenta de que sus estudiantes, aparte de haber aprendido mucho de su predecesor, poseen un optimismo sin límites y tantas ansias por el conocimiento que, hasta no dudan en ir a buscarlo si se levanta tarde. 

Un simbolismo valioso en el filme es el yak, un animal cuyo pastoreo a más de ser el motor económico de Lunana, representa parte fundamental de su cultura y espiritualidad. A más de proporcionar leche, el yak es un mamífero cuyo estiércol seco es valorado como combustible para encender estufas y calentadores; existen alabanzas cantadas a estos animales e inclusive se honra la partida de los pocos que habrán de ser sacrificados por su carne. El mismo Ugyen, en un punto clave de la trama recibe un yak de nombre Norbu, que da a la película su título, pues vive en el salón de clases. Norbu se convierte en un personaje más, pero no en uno exagerado menos aún en un “alivio cómico”, simplemente permanece en la tranquilidad del aula, permitiendo al protagonista fortalecer sus lazos de amistad con los aldeanos, a cuyo estilo de vida empieza a acostumbrarse. 

El director muestra cómo pese a la inocente mentalidad de la gente de pueblos pequeños, en esos lugares también existen familias disfuncionales y vicios que impiden el desarrollo de sus miembros más vulnerables: los niños, por lo que el maestro acepta que tiene una misión y que todo el tiempo ha estado quejándose por mera soberbia, pues lo que realmente importa son los momentos simples y sutiles de la vida. El protagonista no solo educa a otros, sino que también aprende y crece, cada vez que entiende que no existe pérdida que no sea superable, adaptándose a las condiciones y demostrando su esfuerzo por compartir lo que tiene que ofrecer.

Aunque los giros dramáticos pueden fácilmente predecirse, es precisamente la simplicidad aquella que otorga a la película su máximo mérito, pues va convirtiéndose en una fábula en que no solo está presente el optimismo, sino una nostalgia necesaria pues Ugyen está consciente de que cuando culmine el año y empiece el invierno, deberá marcharse, aunque quede en él luchar por una promesa de transformación.   

Filmada en el lugar que titula a la película y con una cinematografía que aprovecha montañosos espacios abiertos en todo su esplendor, Lunana se lleva el mérito al esfuerzo de su director y equipo de producción, pues trabajaron con un presupuesto de $300.000 y recursos técnicos limitados en comparación con otros competidores por el Oscar: cámaras digitales que fueron transportadas a caballo en un viaje de 8 días y una vez en el sitio de rodaje, dependían exclusivamente de la energía solar como fuente de carga. Adicionalmente, aparte de tres actores, el elenco fue conformado por residentes de la localidad que, al igual que sus personajes, nunca habían salido del pueblo y menos aún visto una película en sus vidas.

El filme en palabras del laureado director Ang Lee, fue elogiado como un “soplo de aire fresco en un mundo que valora únicamente lo más grande, suponiendo que es lo mejor.” Lunana, un yak en el salón fue la nominación que nadie vio venir y aquello es, en cierta forma, una crítica social ante cómo una producción pequeña en la que pocos creyeron, demostró que llegar a los Oscar no es imposible, pues todas las historias, sea cual sea su origen, son importantes y merecen ser contadas.  

¿Aceptarías mudarte, por trabajo, a uno de los sitios más alejados del planeta sin tecnología ni comodidades?

Mario Xavier

Editor y redactor en Colapso Views. Comunicador social con experiencia en medios impresos, agencias de publicidad digital, asesoría política y docencia universitaria.
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