Desde su anuncio, se convirtió en la película más esperada del 2023. Luego de haberla visto, descubrimos como espectadores que el director británico Christopher Nolan ha trabajado en el proyecto más demandante de su exitosa carrera, paradójicamente relatando sucesos de la vida real y alejándose radicalmente de historias propias, siempre armadas con elementos ficcionales. En 3 horas, haciendo uso de montaje invertido, sonorización inmersiva, banda sonora con melodías de Mozart y Salieri e interpretaciones enérgicas, Nolan consiguió lo impensable: entregar al mundo el biopic más intenso del año, convirtiendo a un denso largometraje de mucho diálogo sobre un hecho que, en sí mismo no causa sorpresas a nadie que tenga libre acceso a internet, en una obra de tensión dramática.
El guion se basó en la biografía American Prometheus de los autores Martin J. Sherwin y Kai Bird, que sigue al físico J. Robert Oppenheimer desde sus años de estudiante en la Universidad de Cambridge hasta su etapa como catedrático para la Universidad de California, en Berkeley. Lo que viene después es simple: un elenco mayormente masculino discutiendo sobre física y política, en espacios cerrados, todo el tiempo estresados frente a pizarras mientras definen cálculos y teorías que, una vez puestas en práctica, les llevará a cuestionarse si en realidad hicieron lo correcto.
Christopher Nolan, sin embargo, optó por un enfoque no lineal con el que entrelaza desordenadamente diversas líneas de tiempo entre la vida del protagonista, su época de investigación para el «Proyecto Manhattan» en Los Álamos y sus audiencias de acusación, perpetradas por parte del ex comisionado de Energía Anatómica de Estados Unidos, Lewis Strauss (Robert Downey Jr., en la actuación más brillante de su extensa trayectoria) El director empleó escenas en color para representar la experiencia subjetiva de Oppenheimer donde como audiencia podemos entender claramente qué se relata en primera persona, mientras que el blanco y negro se usa para los sucesos objetivos de la historia. Los escasos escenarios abiertos son secuencias del desierto y numerosos cortes que representan a electrones alrededor de campos cuánticos, muy probablemente la expresión más gráfica de la colorida mente de un físico brillante.
Con temperamento de artista, pese a su formación y dedicación a las ciencias exactas, la película pretende demostrar que Oppenheimer solucionó un problema de grandes proporciones en los años 40, pero a su vez dejó como legado para la humanidad, los medios de su propia destrucción. Es precisamente en esa dualidad de la personalidad del protagonista, con que el director se desenvuelve en un terreno que nunca antes había explorado, especialmente en una de las más conflictivas escenas iniciales que muestran a un joven Oppenheimer como estudiante de posgrado, infeliz y discriminado por sus compañeros y tutor de clase. En un inesperado colapso, sufre una crisis psicótica y envenena una manzana destinada a su profesor Patrick Blackett (James D’Arcy), arrepintiéndose a última hora y evitando que otra desafortunada víctima la ingiera. Magistralmente, Nolan entrega una sutil referencia a la parábola del Edén, con Oppenheimer convertido en la serpiente del pecado que estuvo a punto de asesinar a alguien.
Posteriormente, el filme agrega otros matices a la figura de Oppenheimer. Lo podemos ver como amante, en breves escenas con Jean Tatlock (Florence Pugh), una psiquiatra que milita en el Partido Comunista de Estados Unidos y con quien comienza una relación abierta, confusa e intermitente, ya que aunque se preocupan el uno por el otro, no llegan a comprometerse del todo. El vínculo, mayormente sexual entre ambos, culmina abruptamente cuando Oppenheimer conoce a Katherine «Kitty» Puening (Emily Blunt), una bióloga y excomunista que pronto se convierte en su esposa y así habrá de mantenerse para el resto de su vida, pese a las infidelidades del genio. Cillian Murphy y Emily Blunt brillan actoralmente en cada escena que comparten juntos, ya Kitty es la única persona que conoce y comprende las vulnerabilidades de su famoso marido, además de confrontarlo en su época de mayor poder y reconocimiento. Oppenheimer únicamente le permite a ella conocerlo del todo como quien realmente es, y mostrarse emocionalmente en el punto más bajo, aunque con una fuerte capacidad para dar cariño y amor, emociones que ninguno de los esposos se permiten con sus dos hijos.
Pero, el evento principal por el que todos acudimos al cine es para atestiguar el apresurado proceso de desarrollo de una bomba atómica que Estados Unidos necesitaba para acabar con su conflicto bélico contra Japón y demostrar a la Alemania nazi los alcances de su enorme poderío armamentístico. Durante todo este tiempo, atestiguamos cómo el protagonista es persuadido y reclutado por el ejército estadounidense para ser parte del «Proyecto Manhattan», en el que lo vemos discutir y trabajar con una serie de científicos a los que él mismo selecciona como parte de su equipo de trabajo en la remota localidad de Los Álamos; personajes que el director Christopher Nolan otorgó a un número grande de famosos actores de Hollywood, tantos cameos que me resultan un tanto fastidiosos.
Sin embargo, cualquier diálogo extenso y la presentación de un personaje nuevo tras otro, son detalles que quedan atrás hasta el momento preciso en que debe ejecutarse la aterradora prueba de detonación de la bomba mediante la operación nuclear «Trinity» en el desierto de Nuevo México en julio de 1945, tras la que Oppenheimer reflexiona en voz alta (y tiempo después, en una entrevista de televisión) las líneas del texto sagrado hinduista Bhagavad Gita:
Ahora, me he convertido en la muerte, en el destructor de mundos…
La escena de explosión de la bomba tiene un efecto tan impactante como el del big bang. Nolan no romantiza el momento, ni tampoco lo convierte en un truco simplón; es, además, el instante en que el montaje y mezcla de sonido llegan a su punto cúspide entre una combinación de melodías clásicas y movimientos sutiles, para finalizar con un fascinante e inesperado silencio seguido de un estruendo ensordecedor. Sin duda, la prueba Trinity es el clímax de la película aunque no su culminación, pues tras ella nos espera una hora más de desarrollo. Cabe destacar que el director, abiertamente opositor de los efectos digitales, no usó CGI para la detonación; la tecnología que permitió emplear fueron cámaras IMAX para conseguir una experiencia de inmersión que quizás se ha logrado en todas las funciones de esta película, donde las salas se quedan en completo silencio mientras atestiguan este acontecimiento de la historia.
Resulta imposible cuestionar el trabajo realizado en materia de sonido; Nolan lo usa estratégicamente para hacernos sentir la devastación que vivía Oppenheimer. Si bien se puede pensar que únicamente la sonorización destaca en las explosiones, descubrimos que existe aún más brillantez una vez que se informa del lanzamiento de las bombas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki (al igual que el protagonista, jamás vemos estos sucesos en vivo), cuando el genio científico empieza a verse atormentado, pero se expone públicamente sonriente, optimista y motivador ante compatriotas, colegas y subordinados, todos embriagados de nacionalismo estadounidense. Oppenheimer simplemente no logra recuperarse con facilidad del mero hecho de que el trabajo más importante de su vida, lo haya convertido en un asesino.
Para su tercera hora, la película asume un tinte más político y legal que, por lo menos a nosotros, nos ha resultado bastante pesado pero necesario. Oppenheimer se enfrenta a las repercusiones de una serie de acusaciones de espionaje vinculadas con la ideología comunista y el infiltramiento de un científico ruso dentro de su equipo, comprendiendo así los movimientos ambiciosos de varios funcionarios del gobierno estadounidense, en escenas que jamás mitifican a ningún personaje de la historia; todo lo contrario, los políticos, militares y abogados son mostrados más defectuosos, ruines, insensibles y trapaceros que nunca.
Todos los líos políticos, culminan con un encuentro posguerra en la oficina oval de la Casa Blanca entre Oppenheimer y el presidente Harry S. Truman (Gary Oldman), quien al final es el verdadero responsable de la decisión de lanzar las dos bombas atómicas en Japón. Cillian Murphy interpreta, para esta instancia, a un Oppenheimer derrotado, asustado y encogido, pero esperanzado en una absolución simbólica por parte del presidente, quien lo anima a continuar trabajando para el gobierno en nuevos proyectos bélicos sin esperarse la negativa del científico, quien ahora se rehúsa a volver a enrumbarse en un reto así, tras haber «manchado sus manos de sangre». Un enojado y perplejo Truman únicamente responde que:
a ningún japonés le importa quién fabricó la bomba atómica; lo que quieren saber es quién tomó la decisión de lanzarla.
Al igual que esa simbólica reunión con el presidente Truman, la película también se enriquece en contadas ocasiones con escenas en que Oppenheimer dialoga con el célebre y legendario físico alemán, refugiado en Estados Unidos, Albert Einstein (Tom Conti), cuyos estudios sirvieron como base para la creación de la bomba atómica. Es históricamente conocido el arrepentimiento público del ganador del premio Nobel por haber recomendado al gobierno estadounidense la creación de bombas a partir de sus propios aportes, por lo que en un último diálogo, ambos genios se permiten concluir que con armas nucleares jamás acabarán las guerras, sino que las harán interminables.
Así, Christopher Nolan busca su consagración con galardones que hasta ahora le han sido esquivos, especialmente el Oscar. Oppenheimer no será recordada como la mejor película de su filmografía, pero sí su proyecto más maduro y el que más trabajo le debe haber costado llevar a la gran pantalla, pues se esforzó por hacernos empatizar con un hombre de mente brillante que fue traicionado por los líderes políticos de su país, a quienes no les importó jamás abanderar un activismo antinuclear posguerra. Al igual que Einstein y Oppenheimer, nos queda claro que en el mundo nada cambió gracias a sus contribuciones científicas. La paz es un concepto efímero y la única seguridad que tenemos es que la amenaza de una aniquilación nuclear, en cualquier momento, puede volver a ocurrir.
¿Es Oppenheimer la mejor película de Christopher Nolan hasta el momento?
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