El 16 de agosto se estrenó en la pantalla de Ecuavisa el reality El Poder del Amor, un programa que muestra la convivencia entre 18 personas (9 hombres y 9 mujeres ubicados en casas separadas) de 11 países de América Latina: Panamá, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Paraguay, México, Honduras, El Salvador, Cuba y Puerto Rico, quienes durante 8 horas diarias mediante experimentos sociales en los que brevemente son reunidos en un mismo espacio, buscarán encontrar a su “media naranja” en un estudio situado en Estambul, Turquía.
Semana a semana, los participantes que más se destacan y son votados como favoritos tanto por sus compañeros como por el público a través de la web, ganan $2000 y privilegios como inmunidad frente a la posibilidad de ser eliminados, cenas románticas y viajes con la persona que escojan. Se prevé que al finalizar, la pareja que logre superar todos los retos y posibles inconvenientes será la ganadora absoluta. Esta producción la conforman, por alianza, televisoras de los países participantes con Intermedya y House Productions a la cabeza y bajo la conducción de la puertorriqueña Vanessa Claudio.
Ante la ausencia de nuevas producciones en la televisión ecuatoriana desde el inicio de la pandemia, las redes sociales demuestran que al momento, este nuevo programa alcanza récords de sintonía por parte de la audiencia.
¿Qué funciona y qué no en El Poder del Amor?
Pese a que se apuesta por un formato que no es ajeno a los ecuatorianos como espectadores: la telerrealidad, El Poder del Amor se diferencia de viejas propuestas como Gran Hermano, Doble Tentación o Survivor al concentrarse específicamente en que hombres y mujeres jóvenes y solteros, con ansias de encontrar pareja, logren conocerse e idealmente alcanzar y solidificar un vínculo sentimental; esto no debería sorprendernos en tiempos de Tinder, pero aun así resulta muy novedoso en la pantalla chica.
Tras dos semanas de emisión, el programa se enfrenta a un problema de innovación que si no es corregido a tiempo, desembocará en un abandono completo del público que -según los diversos canales digitales-, ya parecería percibir un retorno a la telerrealidad bastante desganado ante la falta de verdaderos desafíos de resistencia y potenciación de los talentos de los concursantes (sí que los tienen) que aseguren su permanencia en pantalla; contrario a eso, parecería ser que la convivencia únicamente se ve definida por chismes, paranoias y una repetición permanente de dinámicas como las citas en el “Cuarto Rojo” que hacen que este programa vaya tornándose monótono con el pasar del tiempo.
No existe duda de que la convivencia es compleja, y más aún con personas desconocidas que provienen de diversas culturas, pero la mayoría de conflictos a los que se enfrentan los concursantes ni siquiera giran alrededor de lo que uno espera: las relaciones sentimentales; todo lo contrario, hombres contra hombres y mujeres contra mujeres se sumergen en el terreno de la confrontación por líos que ni siquiera vemos en pantalla, pues el tiempo de convivencia únicamente se resume a breves interacciones cuando ciertos elegidos por la producción o los líderes de cada equipo son intercambiados de casa. Los concursantes, fuera de cámara, viven en hoteles y la única regla existente es que no pueden reunirse con sus pares del sexo opuesto, sin embargo sí existe contacto telefónico o por internet entre ellos. ¿Un tanto contradictorio, no?
La presentadora (de lo que sí vemos en pantalla), Vanessa Claudio casi no juega ningún papel preponderante como mediadora o “cable a tierra” pues únicamente accede a cualquiera de las dos residencias para resumir lo que ya se sabe, volver a enfatizar en argumentos que ya han sido expuestos por los competidores o aludir a polémicas que no hemos atestiguado en cámara, directamente como espectadores. El propósito aparente de esto sería acrecentar las disputas, pero al final termina siendo un abordaje soso, repetitivo e inexpresivo que contradice al eslogan principal del programa: “un reality hecho novela.”
¿Qué hay de los participantes?
Al igual que en otros programas de convivencia, quienes interactúan en El Poder del Amor, lo hacen motivados inicialmente por la atracción física y poco a poco, por la ilusión con quienes tienen más afinidad. Al momento de presentarse cualquier problema entre todos, obtienen preponderancia las malas palabras, intrigas y sutilmente la “infidelidad” hacia la persona con la que supuestamente se ha logrado establecer un “vínculo”; esto último, como es típico en programas de tal estilo, es lo que resulta mayormente atractivo: especialmente cuando emerge lo peor del ser humano y los concursantes rompen reglas (fuera de cámara) y se citan en una discoteca o uno que otro participante (aquí sí al aire) llora, grita, se altera, desbarata cualquier objeto de la casa y hasta amenaza con retirarse del programa o lo hace directamente, pero al final la bondadosa producción emite un perdón invisible e injustificado y la conductora ni si quiera hace mención a la resolución de dichos temas. Los participantes ecuatorianos (autodenominados “famosos” en el país) diariamente nos dan cátedra sobre cómo insultar a la inteligencia del espectador mediante dramedias poco creíbles.
Ahora, si bien el objetivo del reality (aparte de la sintonía y hacer plata) es demostrar que el amor existe y es posible con gente a la que acabas de conocer, más aun teniendo como sede a un país paradisíaco y paradójicamente conservador como Turquía en el que cualquier conquista romántica habrá de hacerse a paso lento, no parecería que todos los concursantes hayan entendido el propósito máximo por el que fueron seleccionados, pues está presente uno que otro asumiendo personajes que fácilmente se pueden comprender como un mecanismo de defensa ante el valor principal que nos interesa en este tipo de programas: la autenticidad, cualidad que luce bastante distante en la mayoría; mientras algunos competidores se preocupan mayormente por el chismerío barato, también vemos a otros participantes que jamás hablan o participan de las actividades, es más, abiertamente se niegan a todo lo planteado por la producción y sin embargo siguen allí, sin ser cuestionados o que alguien tome cartas en el asunto.
Habrá que dar tiempo al Poder del Amor. Tras menos de un mes de emisión, el camino aún es largo y ojalá logre reestructurarse para bien; es una propuesta valiente, en tiempos complicados para la televisión abierta, en que los programas compiten directamente con internet. Sin embargo, no olvidemos que, de persistir escasa creatividad y poco entretenimiento, siempre se podrá sintonizar algo mejor.
¿Es posible encontrar al amor de tu vida en un reality de televisión?
Temporadas: 1
Creadores: Intermedya y House Productions
Duración por capítulo: 60 – 120 minutos
Transmisión: Ecuavisa (Ecuador) de lunes a viernes, 14:00 (reprise sin censura a la medianoche); sábados y domingos, 22:00
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