Tras dos años y algo más de espera, Euphoria retornó con su segunda temporada a HBO, buscando superar los altos estándares que nos dejó en su primera tanda de episodios. La ficción empieza ruidosa, desconcertante y violenta, lamentablemente distanciándose, en forma extrema, de su realismo original. Aunque sus protagonistas, capítulo tras capítulo, nos sumergen en vivencias de frustración, sexo, drogas y redes sociales, las diversas historias no se perciben más como experiencias propias de adolescentes colegiales, pues han tomado un rumbo adulto.
A pesar de los temas moralmente cuestionados que la ficción siempre abordó, no se puede desconocer que sus historias eran narradas desde una perspectiva emocionalmente astuta; inclusive, se permitía dejarnos con ciertas enseñanzas de vida: el ejemplo más evidente fueron los especiales navideños de 2020 centrados en los personajes protagónicos de Rue (Zendaya) y Jules (Hunter Schafer), quienes tras el impactante cliffhanger de la primera temporada, se enfrentaban valientemente a la depresión y reconocían sus problemas de salud mental. Las actuaciones, está de más mencionar que, fueron brillantes; Zendaya inclusive, logró llevarse a casa el tan anhelado Emmy como Mejor Actriz Dramática.
La segunda tanda de episodios presenta un cambio drástico y no tan riguroso en materia de guion. Desde los primeros minutos, vemos escenas sexualmente explícitas y violentas que nos hacen olvidar que esta serie es un drama adolescente; lo que vemos reflejado en pantalla son las acciones más crueles de los seres humanos: asaltos a mano armada, un bebé comiéndose un cigarrillo, niños instruidos en el mundo del crimen y hasta el pene de un hombre bastante mayor, manchado de lápiz labial. La tan laureada serie siempre corrió el riesgo de que las formas triunfen sobre los argumentos y esto parecería confirmarse, con escenas visualmente impactantes pero de menor profundidad dramática.
Euphoria ahora se presenta dentro de una sociedad aterradora, retorcida y sin nada positivo que ofrecernos. Rue no vive más al borde del colapso como en la primera temporada; hoy, normaliza el desastre y se enorgullece de recaer en las drogas. Ella sigue siendo el nexo que nos mantiene estrechamente unidos a la historia, pues narra todos los sucesos que vemos; con la diferencia de que ahora lo hace desde un mundo surrealista y por momentos, exageradamente ficticio aunque con cierto humor que aún logra mantener la atención.
El primer capítulo inicia como una película de mafiosos, profundizando en los orígenes del narcotraficante local Fezco (Angus Cloud) y su hermano Ash (Daelo Jin Walton); el segundo se concentra en Lexi (Maude Apatow) cuyo rol se expandirá cuando propone la realización de una obra de teatro que evidentemente pretende acercar a la audiencia con estos adolescentes traumatizados, y finalmente las frustraciones juveniles, en el tercer episodio, se remontan al pasado de Cal Jacobs (Eric Dane), el “villano” de la primera temporada, adentrándose en porqué se convirtió en un despiadado ejecutivo que, bajo la fachada del esposo y padre modelo, busca con frecuencia a chicas trans y jóvenes gays para tener relaciones sexuales violentas, mientras los graba.
Tres capítulos son los debemos esperar para que recién la serie pueda devolvernos el interés y, por lo menos nos permita empatizar con Cal, uno de los personajes más impopulares, cuyo sadismo fue heredado por su hijo Nate (Jacob Elordi) con sus múltiples parejas. Dicha introducción nos lleva de vuelta a los años 80 y muestra la convivencia entre un joven Cal y su mejor amigo Derek; quienes gustaban de salir a pasear por la ciudad, irse de fiesta y explorar sus primeras experiencias sentimentales hasta que descubren una fuerte atracción mutua que logra consumarse. Tras una apasionada noche con fondos musicales de Depeche Mode, Roxette, Echo & The Bunnymen y especialmente una emotiva escena de baile al ritmo de Misfyts (INXS), el sueño de Cal con una vida libre como homosexual se ve reprimido cuando su novia le informa que está embarazada. El resto, ya es historia.
Por lo demás, la serie lucha por sostenerse mientras cae en la repetición. El primer capítulo se desarrolla, casi en su totalidad, en una fiesta de casa pero en lugar de volver a mostrarnos hazañas o líos adolescentes, los planos se detienen con especial detalle en los golpes y escenas de sexo, evidenciando que el director Sam Levinson se ha obsesionado con los hombres crueles, particularmente con Nate, al punto de que por varios episodios consecutivos se le concede largas escenas a explorar sus enredos románticos con la depresiva Cassie (Sydney Sweeney), una joven “incapaz de estar soltera” y que constantemente se ve presionada por hombres que no ven en ella más que su atractivo físico; en el centro de ambos sigue estando Maddy (Alexa Demie), la ex novia maltratada que aún anhela volver con su abusador.
Otros personajes bastante bien construidos en la primera temporada, han pasado al olvido. McKay (Algee Smith) prácticamente participa en un cameo durante el primer episodio y luego no se lo vuelve a ver, quedando inconclusa su historia con Cassie. De igual forma, la enigmática Kat (Barbie Ferreira) quien tras sufrir por su autoestima y haber luchado tanto por ser importante en una sociedad que ve en el sobrepeso, un defecto, ahora que finalmente encontró el amor real, sincero y sin condiciones, es estancada injustamente en una incomprensible inconformidad que pretende mostrar que cuando conseguimos en la vida aquello que pensábamos nos haría felices (el amor), todo se resume a una “perfección” superficial. Tras conseguir, al fin, una relación estable con Ethan (Austin Abrams), Kat vuelve a sentirse infeliz y frustrada porque parece no desear nada cercano a la formalidad con un chico que además, parecería no satisfacerla sexualmente; es más, se permite fantasear con un guerrero de Juego de Tronos cuyo enorme pene vemos en pantalla sin ninguna censura.
Al destacar cuánta violencia y sexo se ha agregado a la segunda temporada, corro el riesgo de parecer un santurrón ultra conservador, pero vale mencionar que Euphoria fue mucho más que penes erectos y sangre; hoy por momentos, escenas simples como los protagonistas disfrutando de un paseo en bicicleta, jugando bolos o charlando en el colegio parecen un alivio, pues la serie y su director parecen haber olvidado que los personajes tienen entre 16 y 17 años, por lo que no se puede romantizar en exceso a los amoríos pasajeros y líos de drogas. Euphoria se vuelve superficial y más allá de su banda sonora e impecable cinematografía que fluctúa entre tonos magenta, púrpura, grisáceos, azulados y sepia, deja de lado a la profundidad emocional de sus personajes más queridos y odiados, incluso al punto de arruinar el romance entre Rue y Jules, incorporando un innecesario personaje nuevo, Elliot (Dominic Fike) que parecería ser el tercero en discordia.
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— euphoria (@euphoriaHBO) January 24, 2022
A pesar de todo, la serie aún plantea destacables asociaciones con el presente y muestra a jóvenes que viven para el momento con demasiada información en su poder, pero sin capacidad de expresarse en una sociedad tan moderna como excluyente; afortunadamente no caen en el cliché de mencionar a la pandemia por Covid-19, pero el nocivo impacto de la virtualidad sí que está implícitamente presente, en cada interacción.
La más grande falla de la segunda entrega de esta serie es la monótona situación de personajes que buscan ensimismarse en lo mismo una y otra vez, sin ningún atisbo de evolución, al punto que los especiales navideños parecerían no haber servido para nada. Con tan magistral elenco, la falta de retos para sus personajes resulta tan frustrante que ojalá y no afecte a sus actores en el futuro. No obstante, Euphoria sigue generando conversación y eso es lo que importa.
¿Crees que Euphoria refleja, de forma realista, la vida de los adolescentes con problemas?
Temporadas: 2
Creador: Sam Levinson
Duración por capítulo: 50 – 60 minutos
Transmisión: HBO
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