Ya que ha concluido el año 2022 y con él, la «fiebre» de La Casa del Dragón, precuela que nos transportó de regreso a King’s Landing, tierra de su serie madre Juego de Tronos, es el momento preciso para reseñar lo que más ha llamado la atención de este cautivador fenómeno televisivo sobre reinos, dragones y disputas familiares entre una heredera al trono, su madrastra y medios hermanos, expectantes a la muerte de un rey que, por alguna razón, no quería irse del todo.
Tres años después del decepcionante final de Juego de Tronos estaba claro que los creadores necesitaban retornar a ese universo temático inspirado en las novelas de George R.R. Martin y que además ya contaba con una base de fanáticos consolidada, para corregir todos los errores del pasado. En esta oportunidad, la historia se desarrolla 172 años antes del nacimiento de Daenerys Targaryen, y aunque no cuenta con personajes que regresen de la serie anterior, sí se hace uso de un sinfín de referencias y conexiones con el futuro, que serán disfrutables para quienes vieron las ocho temporadas previas, de las que lo único que queda es su icónico intro.
El argumento promete una sangrienta guerra entre miembros de una misma familia, principalmente por un conflicto sucesorio que no pudo ser resuelto a través de negociaciones políticas entre la princesa Rhaenyra Targaryen (Milly Alcock/Emma D’arcy), nombrada heredera a la corona de los Siete Reinos por su padre, el monarca Viserys Targaryen (Paddy Considine), quien se vio resignado a cederle la sucesión tras décadas frustrado por no tener descendientes varones, lo que finalmente consiguió cuando contrajo matrimonio con una mujer muchos años menor a él, la reina consorte Alicent Hightower (Emily Carey/Olivia Cooke), quien eventualmente se ve presionada a usurpar los derechos de Rhaenyra en favor de su primer hijo.
Más allá del conflicto político, lo que por ahora ha importado ver de los Targaryen son sus dramas sentimentales, especialmente el triángulo amoroso entre Rhaenyra, Daemon (Matt Smith), el ambicioso e impulsivo hermano menor de su padre, también interesado en ocupar el trono a como dé lugar y el guerrero Criston Cole (Fabien Frankel), el tercero en discordia que jura destruir a Rhaenyra, quien antes fuera el amor de su vida, cuando esta escoge primero al poder que le ofrece la monarquía antes que permitirse una relación más seria con él.
Por sobre todos los personajes destaca el rol del rey Viserys como un hombre enfermo y perturbado por no asegurar exitosamente el futuro de su dinastía y, a su vez, mantener la armonía dentro de su círculo familiar. Es un gobernante físicamente frágil y manipulable, quien no logra por completo imponerse ante sus asesores, salvo cuando de alguna manera se busca dañar intencionalmente la reputación de Rhaenyra, su hija primogénita y preferida, a quien todos cuestionan por haber sido la protagonista del fin de una tradición que permitía acceder exclusivamente a hombres al Trono de Hierro, además de haber procreado dos hijos con su guardia personal e incluirlos como herederos en la línea sucesoria de la corona, un «secreto a voces» que, ante los ojos del mundo, la convierte en víctima de las más severas críticas al no haber podido engendrar descendencia con el hombre que eventualmente es escogido, por fines políticos, para convertirse en su esposo. Como espectadores vemos en la relación entre padre e hija un vínculo que trasciende las brutalidades de los liderazgos en épocas patriarcales, pues los únicos momentos en que Viserys logra ejercer realmente su poder es cada vez que se cuestiona su criterio para seleccionar a quienes habrán de heredarlo y mantener su legado; es también una forma de redimirse ante la sociedad conservadora de King’s Landing, puesto que él mismo llegó al trono únicamente por el «mérito» de ser hombre, electo en la agonía de su abuelo Jaehaerys, quien lo prefirió antes que a su prima Rhaenys (Eve Best), heredera legítima de la sucesión, Dama de Driftmark y por matrimonio, miembro de la Casa Velaryon, una de las más ricas y poderosas de los Siete Reinos.
Pese a la evidente dominación de los hombres, son en realidad las mujeres quienes dan inicio y desarrollo a los conflictos del argumento, haciendo uso del poder de su influencia frente a todas las negociaciones; esto se ve reflejado más intensamente en la dinámica amor-odio entre Alicent y Rhaenyra, quienes después de haber sido confidentes y mejores amigas en la infancia y adolescencia, actualmente lideran un conflicto familiar que, salvo por la presencia de los dragones, se siente inmensamente realista e inspirado en el Medioevo.
La mayoría de sucesos narrados en la primera temporada de la serie contemplan un amplio espacio de años entre capítulo y capítulo, por lo que los cambios son sentidos especialmente en la renovación de las actrices principales del elenco, dos mujeres atrapadas por la codicia, teniendo como consecuencia el inminente resquebrajamiento de la familia Targaryen por la que tanto luchó Viserys, quien tras una larga vida, no pudo evitar que Rhaenyra pierda su derecho a ser nombrada reina y el trono le sea usurpado por su medio hermano Aegon (Tom Glynn-Carney), quien ante los ojos de todo Westeros no es apto para ocupar el Trono de Hierro, producto de sus vicios, ingenuidad y vida desordenada, pero aún así se resigna a ascender al cargo, convencido por su madre y abuelo Otto Hightower (Rhys Ifans), quien por años sirvió a la monarquía como consejero de confianza del rey.
La serie culmina cuando la mejor parte está por empezar, por lo que vale mencionar que aún no llegamos a ver batallas, ficción fantástica y combates entre dragones; la temporada 1 se ha sentido como un extenso prólogo que ha optado por concentrarse principalmente en los líos sentimentales de sus protagonistas, quienes empiezan llenos de optimismo y poco a poco van perdiendo la inocencia y se vuelven cada vez más peligrosos en un entorno politizado que poco aporta a la paz. Toda la primera temporada transcurre en una línea temporal de 25 años y durante ese tiempo somos testigos directos del camino de la decadencia hacia la locura, con varios personajes que van y vienen mediante el nacimiento y la muerte natural o violenta.
La Casa del Dragón puede disfrutarse y comprenderse con tranquilidad si nunca se ha visto Juego de Tronos; solo se debe tener presente que todo lo que hemos visto en sus primeros diez episodios son sucesos que desencadenaron una de las más grandes guerras de la historia de Westeros que desemboca con la expulsión definitiva de la familia Targaryen y la extinción de los dragones, máxima representación de poder en esa dinastía, criaturas a las que todavía no vemos en todo su esplendor pero vale reconocer que cada una de sus escasas apariciones en pantalla son más que memorables. La producción se toma su tiempo para avanzar y, sin muchas dificultades, convertirse en un intenso drama cargado de alianzas inesperadas y disputas por poder, elementos esenciales para un argumento futuro que, todavía no consigue despegar ni mucho menos superar a su serie madre, pues por ahora importan las elecciones moralmente cuestionables de sus protagonistas y su repercusión en el universo que conocimos por más de ocho años de emisión como la producción principal de HBO. Con paciencia esperemos que la fórmula exitosa se replique o incluso pueda sobreponerse, pues por ahora esta telenovela medieval muy sofisticada apenas comienza su largo trayecto.
¿Logró La Casa del Dragón superar en poco tiempo el mal recuerdo del fin de Juego de Tronos?
Temporadas: 1 (10 episodios)
Creadores: Ryan Condal y George R.R. Martin
Duración por capítulo: 55 – 60 minutos
Transmisión: HBO
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